19/1/15

Brutal Hermit & Smily Schoolgirl (1)

Las teclas del terminal piaron antes de que por fin el mecanismo de seguridad reconociera que el código era correcto e hiciera deslizarse la puerta sin más ruido que el de una leve fricción.

Al abrirse un vano introducirse la luz del pasillo en el apartamento a oscuras, se recortó la figura de una persona de al menos dos metros de altura y constitución fuerte, que entraba arrastrando lo que en principio parecía poco menos que un saco.

—¡Puerta! —ladró y todo volvió a la oscuridad.

Se oyó un murmullo ahogado y forecejeos en la oscuridad. Entonces un golpe seco y nada más hasta que el hombre volvió a gritar al sistema de control por voz.

—¡Luz!

Y así se hizo. Cuando los paneles luminosos del techo y las paredes empezaron a funcionar pudo verse al hombre, alto y moreno, con cicatrices de toda talla por la cara, el cuello y lo que la camisa de manga corta roja dejaba ver de los brazos. No le faltaban tampoco arrugas y canas que delataban que ya estaba cerca de la cincuentena, pero dado que sus bíceps estaban a punto de destrozar la camisa, cabe pensar que no le afectaba demasiado en otras partes del cuerpo.

Su gesto era temible al mirar el bulto que arrastraba, que había resultado no ser un saco sino un señor asiático vestido de traje de una forma notablemente poco elegante. Le devolvía la mirada al gigante que lo agarraba procurando fingir estar igual de enfadado, sin demasiado éxito.

Al fin, el dueño del apartamento decidió quitarle la cinta aislante de la boca.

—¡Te mataré! —aseguró—. ¡Te mataré a ti y a toda tu familia!

La respuesta fue otro puñetazo que lo dejó notablemente desorientado.

—A partir de ahora, gusano, no hables si no es para responder a mis preguntas.

Lo dejó caer al suelo y fue a coger la única silla del apartamento que, además, constituía como una cuarta parte del mobiliario. La colocó en el centro del lugar y volvió a levantar al tipo trajeado para sentarlo. Aún desorientado, no pudo o no quiso oponer resistencia. El gigante, por su parte, ni siquiera se molestó en atarle las manos sin meñiques.

—Ahora escucha, yakuza-kun —le ordenó—, ¿sabes quién soy?

El otro se limitó a mirar con mucho interés la pared vacía que tenía a su derecha antes de que su anfitrión le agarrara la mandíbula y le obligara a mirarle a la cara.

—Te he hecho una pregunta. Ahora es cuando puedes hablar.

—Eres ese cabrón. Brutal Hermit. El chalado.

—Exactamente —confirmó Brutal Hermit apretando su presa sobre la cara del yakuza— e imagino que si eres tan listo sabrás también para qué te he traído aquí. Solo tienes que responder a una pregunta muy sencilla y podrás irte, no más golpes, no más sangre, no más pérdidas de tiempo.

Hubo un momento de silencio en el que se hubiera esperado que el otro asintiera si no tuviera la cabeza inmovilizada. Al fin Brutal Hermit preguntó.

—¿Dónde se esconde Isamu Taiki?

—No lo sé y aunnque lo supiera...

No llegó a acabar la frase antes de acabar en el suelo de un soberano tirón de maxilar.

—Eso no es lo que quiero oír. Estás acabando con mi paciencia, yakuza-kun. Sé perfectamente que tú sabes algo.

—Si te lo digo, me harán algo peor de lo que puedas hacerme tú.

—Chico, estás jugando muy mal tus cartas.

Pero nada más decir esto irrumpió en la situación el pitido de la alarma de mensaje. Brutal Hermit se volvió a mirar a la mesa, donde parpadeaba el led de un viejo teléfono móvil.

—Vuelve a sentarte —ordenó mientras iba a cogerlo—, no hemos acabado.

El contenido del mensaje era breve: “reyerta callejera, va a pasar la noche en el calabozo” e incluía al final una foto policial de una chica morena con uniforme de instituto que exhibía un ojo morado y un labio roto.

Brutal Hermit sonrió.

Unas horas antes la cara de la chica de la foto estaba en bastante mejores condiciones mientras salía por una de las puertas laterales del edificio del instituto. Bostezaba ruidosamente y se tenía que tapar la boca con la mano en la que no sostenía su cartera. Se apoyó en una esquina a la sombra y empezó a mirar alrededor expectante.

—¡Claire!

Al fin siguió con la cabeza la dirección de la voz que la llamaba y vio cómo se aproximaba una chica con el mismo uniforme, pero más alta que ella, de pelo castaño y sonriente.

—¿Estás tan ansiosa como yo? —preguntó Claire en cuanto la otra chica estuvo a su altura, sin molestarse en saludar.

—Bueno, claro —respondió su amiga con voz sobria.

—Pues venga, antes de que lleguen Smily y las otras.

—¿Y qué tal en clase hoy?

—¿Yo qué sé?

Empezaron a caminar hacia el gimnasio. Al principio Claire intentó andar más rápido, pero tuvo que adaptarse al paso de su compañera para no dejarla atrás.

—¿Viste cómo se asustaron el otro día cuando nos vieron en Delta Avenue?

—Es normal que se asusten al principio si Krys lleva una maldita katana por ahí.

—Nos dijo que la llamáramos Smily.

—Me da igual, ya estoy acostumbrada a llamarla por su nombre.

Llegaron a los vestuarios, desiertos salvo por ellas a esa hora. Nada más entrar, Claire se quitó la parte de arriba del uniforme, caminó con él en la mano hasta su taquilla, la abrió, dobló la camisa antes de guardarla con lo demás y sacó otra, que no tardó en ponerse.

—Eh, Megumi —llamó Claire mientras su amiga se peleaba con la combinación de la taquilla—. ¿Qué te parece?

Al volverse vio que Claire seguía llevando su uniforme, pero la nueva camisa lucía una nada desdeñable mancha de sangre seca en el pecho.

—Vaya, ¿de la última vez?

—Sí, la dejé estar y la voy a llevar hoy también. A ver si aumenta.

—Ya. Oye, ¿me ayudas con las vendas?

—Venga.

Claire cogió el rollo que le tendía y se dispuso a la tarea de cubrir el torso de Megumi con ellas.

—¿No temes que se te caigan?

—Solo si me las pongo yo, se me da fatal. ¿Qué tal tus abuelos?

—¿Yo qué sé?

Megumi asintió y se dejó hacer en silencio mientras ella misma se ponía las vendas en los brazos y el cuello con parsimonia.

Pasado un rato oyeron pasos en el pasillo, seguidos de una voz aguda.

—Pimpollitas, ¿aún estáis ahí?

Claire y Megumi se volvieron para ver aparecer la cara sonriente de una chica, enmarcada en pelo teñido de verde con microcélulas eléctricas para hacerlo brillar. Cuando acabó de entrar y se apoyó en el marco de la puerta pudieron ver que llevaba un uniforme arrugado y, al hombro, un bate de cricket.

—Smily espera, señoritas, llegáis tarde.

—Calla, Yume, todavía no es la hora —le replicó Claire mientras apretaba un nudo de vendas.

—La hora es cuando Smily llega.

—Exacto, no cuando tú lo dices.

Megumi cortó la discusión poniéndose de pie y diciendo: —Da igual, de todas formas ya estamos.

Empezó a recogerse la melena castaña y a ponerse una chaqueta mientras que Claire se dirigió a su propia taquilla para recuperar de su interior un puño americano.

—Me extraña que todavía sigas viva yendo por ahí con eso —imprecó Yume al verlo, dejando caer su bate sobre la mano para que sonara—, búscate un cuchillo por lo menos.

—No lo necesito.

—Te crees más dura de lo que eres.

—A lo mejor eres tú la que se engaña —sugirió Claire poniéndose el puño americano.

—Lista —anunció Megumi, que ahora llevaba una tubería tras el cuello, sujetándola reposando ambas manos sobre ellas—. Vamos saliendo.

—Ya era hora —celebró Yume dándose la vuelta y caminando hacia el exterior.

Megumi la siguió, con lo que Claire tuvo que tragarse las ganas de pelea y cerrar a toda prisa el candado de su taquilla antes de seguirlas.

Al salir del gimnasio se dirigieron hacia la parte de atrás del edificio, donde las esperaban otras dos chicas. Una de ellas era Hana, la hermana gemela de Yume, a quienes era fácil distinguir porque Hana se teñía de rosa.

La otra era una chica especialmente alta para la media del grupo. Cuando iba lista para la acción como hoy a la gente podría llamarle la atención la melena rubia, la larga chaqueta negra o la katana que llevaba en un cinturón de cuero sobre la falda del uniforme. Pero normalmente lo que siempre les llamaba la atención de Smily es que llevara una máscara rígida que le cubría la boca y la nariz con pequeños agujeros para respirar y que hubiera pintado sobre ella una cruda sonrisa llena de colmillos.

Ambas se volvieron para mirar a las recién llegadas.

—¿Estáis listas ya? —preguntó Hana.

—Con estas dos cuesta créerselo, pero sí —confirmó a decir Yume con desgana mientras llegaban—, podemos salir de compras.

—Hoy estás genial, Smily —se apresuró a decir Claire.

Como única reacción, la chica rubia levantó una mano, se la llevó a uno de los laterales de la máscara y sonó una horrible risa sinética.

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