2/12/12

Yrside lo onshema

En un tiempo no mucho después de que los Dioses abandonaran la decadente Solaris ni mucho antes de que las ruinas de Mu cayesen en el olvido de los hombres; la reina Yrside, a la que llaman la más sabia entre los selenitas, camina entre los vergeles, buscando ser encontrada. Sus pies desnudos la llevan suaves buscando el calmo clamor del agua.

Yrside se refresca y nada teme. Lleva en su vientre los secretos de la vieja Solaris y habla la lengua de las aves y los peces. Todo ser que nade, ande o vuele encuentra en ella amiga pues su palabra siempre es sabia y de consuelo tanto para los suyos como para las bestias.

Pero de entre ellas es la más osada y más curiosa la serpiente. Hambrienta del saber que Yrside atesora y reparte cuando así lo encuentra oportuno, el áspid se acerca y la llama. «Enséñame», le dice.

Y ella la mira sin comprender qué es lo que realmente desea la criatura.

«A ti te llaman sabia, si no son infames los que te han referido, enséñame tus secretos».

E Yrside ríe al principio y luego calla, seria. Y así responde:

«—El saber tiene un precio, como el que yo he tenido que pagar por el mío allá en la vieja Solaris, no habiendo partido aún los Dioses. ¿Puedes pagar tú uno tan grande?

—Puedo.

—Dame tu pelaje y sabrás los secretos de la tierra».

La serpiente no duda y se despoja rauda de su cubierta. Desnuda oye de los labios de Yrside, donde nadie más puede oírlos, cuantos secretos contiene la tierra. Pero no le satisface.

«¿Quieres más? —pregunta la reina, ahora divertida—. Dame tus patas y sabrás los secretos de las aguas».

La serpiente duda, pero por fin se arranca una a una sus patas y las entrega. Desnuda y arrastrándose oye de los labios de Yrside, donde nadie más puede oírlos, cuantos secretos contienen las aguas. Pero no le satisface.

«¿Aún no tienes suficiente? —pregunta la reina, entre risas—. Dame tus oídos y sabrás los secretos de los cielos».

La sabia serpiente reflexiona durante largo y tras una reflexión que parece durar noches y noches, entrega su oído. Desnuda, arrastrándose y sorda oye de los labios de Yrside, donde nadie más puede oírlos y muy cerca para que el áspid sí pueda, cuantos secretos contienen los cielos. Pero no le satisface.

«¿No te basta con saber casi cuanto yo sé? —ríe y ríe Yrside y por fin formula la última petición—: Dame tu veneno y sabrás los secretos de los Mismos Dioses».

La serpiente, sabia como ahora era, no se deja engañar. Muerde a Yrside y el veneno que ansía la mata. Es su destino: los Dioses dicen que nadie desee ser como ellos, aunque sea en sabiduría. Y la serpiente desaparece entre las aguas, llevándose todos los secretos que mueren con Yrside para los de su estirpe.

Y desde entonces la serpiente es odiada por los selenitas por la muerte de Yrside. Pero también es respetada, pues lleva con ella todo el conocimiento del mundo menos una pequeña fracción que para siempre pertenece a la reina.

Y enterándose de esta desgracia hay gran congoja y llanto entre los selenitas. Y ocurren catástrofes innombrables, pero eso ocurrió hace mucho tiempo y ya nadie lo recuerda.

Y esa ha sido la primera de mis adaptaciones de los mitos selenitas, la historia de Yrside y la serpiente (onshema). No sigo un orden cronológico estricto, pues antes de esto habría que hablar del viaje desde Solaris y la conquista de Quedel, la Luna. Pero eso ya se contará en otra ocasión. Próximamente analizaré algunos de los versos en los que me he basado para esta prosificación. Nos vemos entonces.

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