23/10/12

Pack to the Future! - 20

Ya estamos casi en le grand finale.

La guarida de los Enemigos se alzaba imponente en las profundidades del pantano. Nuestros héroes habían seguido la luz de la brújula a través de bosques enmarañados mientras el terreno descendía formando una depresión pronunciada hasta que los troncos oscuros y retorcidos cesó abruptamente en la orilla de un amplio lago. Este lago era poco profundo, en su centro había una isla rocosa, también de gran superficie, y sobre ella se encontraba la guarida.

Era una pirámide escalonada de tres niveles construida completamente con piedra de una negrura innatural. Tras salvar el lago por un vado que conducía desde la orilla a la parte frontal del monumento, los héroes ascendieron por las escaleras que conducían a la cima del primer nivel y allí hallaron unas grandes puertas de piedra en ángulos imposibles, cerradas con firmeza.

Sobre ellas contemplaron una estatua aterradora. En un trono retorcido se sentaba una mujer, mas solo podía saberse que era tal por la forma de su armadura, pues su cabeza era la del más horrible de los lobos. Una de sus manos se hallaba en uno de los brazos del asiento, pero la otra se alzaba violenta hacia adelante, sosteniendo un látigo enrollado. Luna tragó saliva.

—No puedo creer que los Enemigos levantaran esto —señaló Tenaz—. Resulta inaudito.

—¿Y ahora qué? —preguntó Sol—. ¿Llamamos a la puerta?

Jaime se llevó un dedo a los labios mirándola y después se acercó despacio a las puertas ciclópeas.

—¡No jodas que lo va a hacer de verdad! —exclamó Sol.

Luna soltó una risilla que intentó disimular con las manitas.

Pero lo que Jaime hizo con sus brillantes manos, al menos una de ellas, fue acercarla hasta las puertas grabadas con patrones incomprensibles.

—Siento algo —dijo—. Es como si las puertas contasen una historia.

Cerró los ojos y se concentró. No tardó mucho antes de volver a abrirlos de repente. Dio dos pasos atrás, alzó su mano y gritó hacia el interior:

—¡Vosotros que habitáis los Abdominios oscuros! ¡Os exijo que abráis estas puertas! ¡Dejad paso al heraldo de la luz!

Las chicas lo miraron sorprendidas. Tenaz asintió en aceptación, una media sonrisa se dibujaba en su rostro.

Un clamor llegó desde detrás de las puertas, un rozar de garras, un incesante gruñido que tomaba apenas la forma de lenguaje articulado para decir Nahar-Tal-Sshin!. Y al fin se abrieron y los Enemigos salieron en tromba por ellas, pero se detuvieron para observar a los intrusos.

Tenaz echó rápidamente mano de la empuñadura de su espada, pero Jaime lo detuvo con un gesto.

—No debemos hacerles daño.

El clérigo dio unos pasos hacia las repugnantes criaturas. No hizo ademán de apartarse cuando una de ellas se adelantó a su vez y clavó su garra en su vientre. Tenaz y las guías se alertaron, pero quedaron sorprendidos cuando vieron que Jaime no solo seguía en pie sino que sujetaba con fuerza la garra del ser sin dejarla escapar.

—Estos no son los Enemigos —dijo Jaime con un quejido—. Son sus víctimas, están enfermos.

El aura que rodeaba a nuestro héroe incrementó su brillo a medida que el mundo volvía a temblar. La ponzoña de aquel ser que sujetaba empezó a resbalar de su cuerpo desvelando una piel lisa y verdosa. Sus garras se convirtieron en inofensivas patas palmeadas y sus colmillos desaparecieron deshaciéndose junto con el veneno oscuro y el lodo. Pronto solo quedó un hombre rana de facciones afables, pero notablemente desorientado.

—Es hora de que los sane.

A estas alturas la herida de Jaime ya se había curado, pero no por ello cesó la luz que surgía de él. Alzó las manos como ya hiciera en las profundidades del pantano y se convirtió en un sol allí donde no lo había. De todo su ser emanó un poderoso resplandor que cegó a todos los presentes. Su luz sanadora se extendió por los Abdominios oscuros, purificando el agua, retornando el verde a los árboles y la alegría a las criaturas. Fue tan poderosa que se pudo ver desde la lejana Cerebria y dividió las nubes que cubrían los pantanos, dejando por fin pasar la luz del verdadero sol.

Cuando los presentes recuperaron la vista vieron a Jaime de pie donde antes levitaba, sonriendo. Vieron la transformación que había sufrido el pantano y sus habitantes, ahora los amables hombres anfibio que habían sido antes de que la maldición cayese sobre ellos y sobre Jaime

Gozosos escoltaron al clérigo a las profundidades del zigurat que antes había sido su hogar y ahora les repugnaba. Aun así querían conducir a su salvador a aquello que llevaba tanto buscando. Al final de pasillos decorados con cabezas de lobo en bajorrelieve había una gran sala circular. Esta tenía una puerta cerrada con cadenas que los hombres anfibio abrieron. Incluso antes de que lo hicieran una potente luz se filtraba entre las grietas de la puerta. En su interior, sentada en un trono que se levantaba sobre un zigurat en miniatura, estaba una figura desnuda sentada. Toda ella era dorada y emitía un potente fulgor.

—Sabía que llegarías a mi presencia, Clérigo. Soy Akeiomene, la criseide. Bienvenido a mi prisión.

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