9/10/12

Pack to the Future! - 16

Los tres Enemigos surgidos de las entrañas del pantano caminaban hacia nuestros héroes, allí donde los dejamos hace un segundo, aunque parezca que han pasado días.

No estaban en una posición demasiado ventajosa, forzados a combatir con los pies hasta el tobillo en el agua y el barro que sin embargo tanto convenía a las nauseabundas criaturas cuyos dominios invadían.

Tenaz desenvainó.

—Ten valor y cúbreme, chico. ¡Por Javier!

Y con gesto decidido se lanzó sobre dos de los enemigos que estaban más próximos. El tercero se hallaba algo más alejado.

Pero la reacción de Jaime no fue seguir las simples órdenes de Tenaz. Mientras el espadachín esquivaba las garras de las criaturas acuáticas e intentaba a su vez atravesarlas con su propia garra de acero, Jaime no pudo hacer más que quedarse en el sitio, estupefacto, sin poder reaccionar. Apenas alcanzó a blandir su maza y su escudo.

—¡Vamos, idiota, tienes que hacer algo! —le exigía Sol.

Y con razón.

Tenaz hacía honor a su nombre esquivando y atacando. Hostigaba sin cesar a los dos Enemigos, pero el tercero no lo había escogido a él como objetivo sino a Jaime. Cada vez estaba más cerca, ya se alcanzaba a oler el vaho pútrido que emanaba de sus mandíbulas. Esto no ayudaba en nada a que el chico se calmase.

—¡Señor! —gritó Luna tirándole de la camiseta.

Viendo que era todo inútil, Sol la cogió de la mano para llevarla con ella.

—¡Hay que distraer a esa cosa! —le explicó a las prisas—. ¡Vuela a su alrededor!

Tal hicieron y por el momento la treta funcionaba. La criatura, al ver a las dos pequeñas pseudohadas flotando a su alrededor, no tardó en extender sus garras para intentar atraparlas, a pesar de que siempre se le escapaban con celeridad.

Tenaz al fin encontró un hueco en las defensas de uno de los Enemigos y no perdió la ocasión. Su florete atravesó el corazón del ser y una sangre negra manó a borbotones de la herida, manchando el arma y la mano que la blandía. El espadachín recuperó rápidamente su acero, pero no lo suficiente como para evitar el ataque del adversario que aún quedaba. Este aprovechó la guardia baja de Tenaz para cruzarle el vientre con sus garras. El golpe y el dolor lo hicieron caer al agua enlodada.

Jaime, aunque bloqueado, estaba observando toda la escena desenvolverse a su alrededor. Las piernas le temblaban y estaba descubriendo que a veces «notar un sudor frío en la espalda» no era una forma de hablar. Pero lo que le había ocurrido a Tenaz en cierta forma le había enfadado. Quizá el chico estaba más enfadado consigo mismo cuando apretó con fuerza el puño alrededor de su maza y se lanzó contra aquel que había escogido como adversario, golpeándolo en su correosa espalda.

A Tenaz no le había faltado razón al dudar de las capacidades combativas de Jaime. Su golpe, el primero que asestaba, no fue gran cosa, y aquel de los Enemigos que había golpeado a Tenaz se giró más enfadado que aturdido. Intentó repetir en Jaime la maniobra que ya le había dado la victoria una vez, pero la coraza del clérigo paró sin inmutarse la oscura garra. Jaime retrocedió unos pasos y se preparó para asestar otro golpe.

Y con la mano alzada en gesto ofensivo dejamos a Jaime. No muy lejos las hermanas seguían con su arriesgada maniobra de distracción. Volaban junto a la cabeza del más rezagado de los Enemigos gritándole improperios —de acuerdo, esto solo lo hacía Sol—, alejándose cuando este se volvía para tomarse justa venganza contra lo que tenía por tan molestos insectos.

Quiso la mala fortuna que justo cuando se volvió para tratar de atrapar a Sol, que ya había desaparecido del lugar, pasase su hermana por ahí. La garra del repulsivo ser no llegó a dar a la pequeña guía, pero estuvo cerca. Luna se alejó velozmente, solo para darse cuenta en ese momento de que no llevaba su esfera consigo. Todo parecía apuntar a que la había dejado caer por el pánico repentino. Estaba a punto de caer aún más profundamente en dicho pánico cuando una fuerte luz la sorprendió.

Jaime por su parte no conseguía nada. Aunque su coraza lo protegía, los golpes de su maza difícilmente acertaban. Lo único que hacía era agitar esa cosa lo más rápido y fuerte que podía con la esperanza de que eso mantuviese a la criatura a raya. Por supuesto esto apenas funcionaba, como pronto descubrió cuando el ser extendió su garra y le hizo un corte en la mejilla. El dolor, aumentado por las sustancias ponzoñosas que cubrían a la oscura criatura, hizo que comenzase a gritar perdiendo el control de sí.

A medida que el dolor aumentaba notó cómo el mundo comenzaba a temblar y que su interior ardía. Alzó la mano del escudo instintivamente. Empezó como un pequeño brillo, pero de pronto del símbolo sagrado surgió una luz cegadora. Era tan brillante que los Enemigos, al verla, intentaron por todos sus medios cubrirse, pero pronto vieron la futilidad de esto y huyeron despavoridos, perdiéndose entre los árboles cercanos y desapareciendo en sus dominios.

La batalla había terminado.

Cuando la luz cesó al poco, Jaime dejó caer su maza y luego a sí mismo, quedándose sentado en el agua. Se quitó el casco, lo tiró y se llevó la mano a la mejilla herida, que sangraba profusamente. Agachó la cabeza y comenzó a sollozar.

—Esto es una mierda...

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