11/7/12

Tynok el Bárbaro

Y muertas las cien esposas, que tan locas se hallaban,
que a sus maridos sin dudar muerte atroz les daban
convirtiéndolos en borregos y comiéndoselos como si nada,
él alzose sobre la pila de cuerpos como el sol al alba.

Él, Tynok el bárbaro, el más forzudo,
de todos el más valiente, y sin duda el más velludo
el más rubio y audaz, el más testarudo,
no hay ninguno más hábil, si es que es cojonudo.

Y en otra ocasión, suya fue la victoria cuando...


—Ya está bien, juglar. Toma una moneda, cállate un ratito y déjanos a solas.

—Como mande su barbaridad —respondió el cantor de fino trino, retirándose.

El hombre que le había pedido con tanta amabilidad que se fuese era Tyrok el bárbaro. Se trataba de un ser colosal, de diecisiete varas de Hooglandia de alto (para aclarar, una vara de Hooglandia es un poco menos que un pie de Gigantia. Una pechá, vamos). Su torso estaba terriblemente musculuado y marcado, incluso había desarrollado músculos en los músculos y cicatrices en las cicatrices a causa de todas las broncas en las que se metía viajando de puerto en puerto buscando algo que arrasar/comer/violar, eso es lo que hacen los bárbaros. Y como buen bárbaro solo vestía unos modestos pantalones de cuero que le llegaban hasta el tobillo (hacía frío en esa época del año) y un casco. El casco parecía robado a algún ciudadano-soldado durante una visita a Heladia, pues llegaba hasta las mejillas y tenía protectores para los ojos; eso sí, por pudor lo había adaptado quitándole el penacho rojo y añadiéndole los dos pequeños cuernos reglamentarios. Bebía de una jarra de cerveza que sujetaba con una mano con dificultad —sí, la misma mano con la que había estrangulado a un toro monstruoso hacía apenas unas horas, porque no había nada de cenar—. Mientras yo os contaba esto él había echado un par de tragos que sonaban como las olas rompiendo como un acantilado; ahora ya tiene el valor necesario para hablar con la persona que tiene delante, oigámoslo.

—Vilenius el Traidor, eres mi más leal compañero y la persona en quien más confío después de mí.

—Lo sé señor —Fueron las palabras que salieron de su boca junto con el vaho pestilente del que no conoce o rechaza las bendiciones de la higiene dental. Sus ojos brillaban con una inteligencia que mezclaba irónicamente lo ratonil y lo serpentino.

—Por eso quiero confiarte ahora mi mayor secreto.

Vilenius el Traidor se frotó las manos debajo de la mesa, pero su rostro no cambió, seguía siendo igual de taimado y voraz.

—Podéis decirme lo que queráis, ya lo sabéis.

—Verás —Tynok dio otro sorbo a su colosal jarra—, no siempre he sido el poderoso bárbaro de larga melena rubia que ves ahora.

—Señor, ya imagino, todos hemos sido jóvenes... Yo de pequeño, por ejemplo, era una monada. O eso dice mi mamá.

—No me refiero a eso. Quiero decir que no siempre he sido humano.

—¿Señor?

—Hace años, antes de empezar esta vida de violencia y pillaje, yo era un joven yorkside terrier llamado Tino y me encantaba pasear con mi amo.

Vilenius el traidor se quedó un poco perplejo, pero pronto la curiosidad se sobrepuso. O bien su señor estaba loco o bien podía contarle algo realmente interesante, todo beneficios.

—Pero un día —continuó Tynok—, durante nuestro paseo matutino, un hechicero nos asaltó con intención de asesinar a mi amo. Para echar unas risas me transformó en el enorme humano que ves ahora y me obligó con su magia a estrangularlo lentamente... Cuando cumplí su orden y el hechizo se disipó intenté matarlo a él con toda mi rabia. Pero su brujeria era poderosa; me dejó paralizado y me marcó para que no lo olvidase. Y hay dioses que no lo he hecho —exclamó dando un puñetazo que casi destroza la mesa reforzada con remaches metálicos—, pues desde ese día viajo por el mundo buscando venganza, preguntando si alguien sabe algo sobre el símbolo maldito con el que me marcó.

—Señor, es una historia terrible. Terrible de veras.

—A lo mejor tú sabes algo del signo, no tengo ni idea de por qué no te he preguntado antes en todo este tiempo.

—Dejádmelo ver y os lo diré, su barbaridad.

Tynok hizo un profundo asentimiento y se puso de pie como debió ponerse en pie el Himalaya hace un tiempo cuando chocaron las placas tectónicas que lo formaron. Se dio la vuelta, se bajó un poco los pantalones y mostró sus posadera a Velanius el Traidor (lo que no suele ser buena idea).

Ahí estaba el símbolo, grabado a fuego en su nalga izquierda. Dos hexágonos entrelazados formando un rombo en el centro en cuyo interior había un círculo. ¿Sabéis qué? Más sencillo que describirlo es que lo veáis vosotros:


—¿Te suena de algo? —preguntó Tynok, aun exponiendo sus partes pudendas.

Vilenius el Traidor empezó a mirar a los lados nerviosamente, a sudar copiosamente y a frotarse las manos tan rápidamente que la fricción bien podría hacer que ardiesen de un momento a otro.

—... No, señor. No sabéis cuánto lo siento.

—Ya... —se resignó Tynok mientras se subía los pantalones—. Pero no te tortures, porque he oído rumores de que ese hechicero podría estar en esta misma ciudad. Lo que quiero es que salgas a la calle y averigües todo lo que puedas, que yo haré lo mismo.

—Descuidad, señor, no habrá otro más diligente que yo en estos asuntos.

—Así lo espero, Vilenius el Traidor. Ahora fuera y diles a las dos muchachas que entren.

Cuando había salido por la puerta, Vilenius el Traidor fue riéndose por lo bajo hasta llegar a su habitación en la posada, momento en que empezó a reírse a carcajadas.

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