26/4/11

1º de abril

Había llovido los últimos días, pero ahora las nubes se apartaban un poco para que
un rayo de luz convirtiera la Cúpula de la Roca en una imagen etérea, de otro mundo.
Cuando Madrid fuera suyo, destruiría ese nido de paganos y sobre la Colina del Templo
alzaría una cruz de quinientos metros en memoria de la Gloriosa Cruzada, Su Cruzada.
Los médicos decían que debía dejar ese caucho mágico que fabricaban los sabios
encantadores del Magreb. ¡Matasanos! ¿Qué sabrán ellos de las visiones que Dios le
enviaba? ¿Qué sino la unión mística producida tras el velo del incienso había sido el
artífice de la Victoria?

Sobrevolaba el Madrid masón en su caballo blanco. La ciudad debía ser
destrozada y devastada para que abonara la Nueva Jerusalén que él levantaría con muros
de oro y piedras preciosas. Madrid semita debía ser arrasado como lo fue Cartago y caer
en el olvido de los hombres como Babilonia. Escipión y Catón se lo habían dicho en
sueños.

Un rojo quedó por un momento cegado por el resplandor de su armadura de
platino, a la que tomó por un momento por un segundo sol, y una bala encontró nuevo
hogar en sus entrañas. Con el poder de Dios podía ver cuanto acontecía en el campo de
batalla, observaba los rostros de todos los que en su día fueron sus compatriotas. Pero
ya no, los demonios los habían corrompido en cuerpo y alma, y trocado en seres
horrendos y babeantes. Era Su voluntad que volvieran al caldero hirviente del que
provenían.

Muchos arrojaban las armas y huían, pues eran bestias cobardes y a las que no se
les deparaba merced. Otros aún resistían, pero hasta las balas eran más piadosas que
ellos y no osaban ni rozar los cuerpos de los campeones de la fe unidos bajo Su
estandarte para traer un Mundo Nuevo. Dios mismo lo había nombrado paladín para
doblegar a esas bestezuelas, bastaba una mirada suya para que su sangre ardiera y sus
cabezas estallaran.

Los Caballeros del Templo, que habían jurado servir bajo su mando, ya alzaban la
bandera con la cruz en la Puerta del Sol. A sus pies alimentaban una enorme hoguera
con sus lanzallamas en la que quemar todo lo impío y a todos los impíos. Una cola de
presos ligados por el cuello y gañendo disculpas atravesaba toda la plaza, pero no hay
excusa para el ateísmo. Azaña y toda su logia eran los próximos en ir al fuego
purificador. ¡Glorioso día!

La Legión golpeaba sus escudos y lo aclamaban al verlo pasar; le habían
acompañado al cruzar el Rubicón desde África. Viriato llegaba del oeste dirigiendo a
sus huestes furiosas contra la República corrupta. Incluso los mismos ángeles del Cielo
se habían sentido indignados por ver Gomorra renacida y habían pedido al Señor
licencia para descender y castigarla. Ahora volaban junto a él; eran rubios, altos y casi
tan hermosos como el enoquiano que hablaban. Muchos eran serafines y arrojaban su
fuego castigador sobre los pecadores que se arrastraban entre las ruinas.

Los demonios orientales debían estar revolviéndose bajo sus cebollas en algún
lejano páramo. Ahora podían observar cómo Su ira se cebaba con los paganos y los que
descuidaban el oficio del Altísimo.

Y él reía y reía. Era imparable. Sería recordado hasta que sonaran las últimas
trompetas. Y Su nombre sería alabado.

La Ley de Poe dice: Without a winking smiley or other blatant display of humor, it is impossible to create a parody of Fundamentalism that SOMEONE won't mistake for the real thing.

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