24/12/10

Tenebrae Luxque Stellarum - 4

Ésta es la cuarta parte. La historia empieza aquí.
Ultima pars: E morte
—¡Lady Maria, no puede abandonar sus aposen...! —empezó a gritar un guardia.
No tuvo tiempo de acabar la frase antes de que la desbocada Maria le derribara placándole con el hombro, cosa que consiguió más por la sorpresa del guardia que por su propia fuerza. Se rasgó la falda y esquivó corriendo al otro guardia.
Recorrió todo el camino a la carrera hasta el patio de armas, esquivando a guardias y asaltantes. Casi pasaba desapercibida en el caos de la batalla. Cuando llegó hasta allí, pudo ver a través de una arquería que conducía a la torre, cómo Draco y Ralse estaban batiéndose y cómo Ralse desarmaba a aquél mientras ella corría hacia allí.
—Aquí se acaba todo, Draco —dijo Ralse, apoyando la punta de su espada contra el pecho de su contrincante—. ¿Tienes algo que decir?
—Sólo puedo decirte que ha sido un digno combate —reconoció Draco—, pero has cometido un error.
—¿Cuál? —preguntó Ralse, intrigado.
—Esto no es un duelo al amanecer, esto es la guerra.
Ralse iba a abrir la boca para preguntar cuando...
—¡Draco! —se oyó gritar a Maria que corría hacia la escena.
Ralse giró un segundo la cabeza para mirar a la princesa. Draco aprovechó ese momento.
Sonó un disparo y Maria se detuvo en seco llevándose las manos a la boca.
Segundos más tarde Draco continuaba contra la pared, sosteniendo un revólver humeante. Ralse estaba tendido en el suelo y, aunque una mancha oscura empezaba a extenderse alrededor del agujero quemado de su vientre, no había soltado la espada.
—Maria, mi esposa... —dijo Ralse con un hilo de voz—. Siento que hayas tenido que venir para verme morir.
Maria no pudo responder. Había soñado noches y noches con ver morir a Ralse, pero ahora se sentía culpable por ello.
—Aral, ayúdame a sentarme contra el muro —pidió Ralse—, no quiero morir tirado en el suelo.
Aral, con los ojos cubiertos de lágrimas, no pudo sacar fuerzas para responder «sí, señor», sólo pudo acercarse y levantar con dificultad al príncipe. Ralse no se sorprendió cuando sintió una mano más fuerte, la de Draco, sujetándole por el otro brazo. Juntos lo depositaron contra el muro, como había pedido.
Los tres se arrodillaron a su alrededor. Mientras las entrañas le ardían, con un hilo de voz apenas audible sobre el clamor que llegaba de la batalla, se despidió.
—Maria, me llevo la felicidad de haber sido tu marido durante mis últimos días. Sólo lamento que no hayas tenido tiempo de llegar a amarme como yo te amo.
Tosió y dejó escapar un quejido, antes de volverse hacia Draco.
—Draco, tú también has sido un digno adversario —reconoció—. No te guardaré rencor en el más allá si me prometes que cuidarás de Maria.
—No te quepa duda.
Ralse sonrió y, con un soberano esfuerzo, tomó la mano de Maria y la de Draco y las juntó para luego mirar al último del que podía despedirse.
—Y tú, Aral, olvida el ejército, la guerra sólo trae lo que ahora ves. Conviértete en un buen hombre... Puedes empezar por correr a buscar al capitán de la guarnición del castillo y decirle que el príncipe Ralse ordena, en su lecho de muerte, que se detenga el combate y se deje ir a los rebeldes... Y a lady Maria. Coge el sello de mi dedo, así te creerá.
Aral obedeció pronto. Ya no lloraba, pero sólo porque no le quedaban más lágrimas. Salió corriendo hacia el patio a cumplir la última orden de su señor.
Ralse se quedó rodeado de la única mujer a la que alguna vez amó y de su asesino, pero no miraba a ninguno de ellos, tenía la vista fija en el cielo.
—Las estrellas... —dijo con su último aliento—, ahora parecen tan cercanas...
Y cerró los ojos. Se durmió por la pérdida de sangre y no volvió a despertar.
El capitán de la guarnición obedeció y Maria, Draco y todos sus hombres abandonaron Garou al amparo de la noche, bajo un manto de estrellas. Ahora eran rebeldes, perseguidos por una de las naciones más poderosas del mundo, pero la casa real de Ocentia seguía teniendo amigos entre los enemigos de Raenia, estarían bien.
Poco se sabe de cómo terminó la historia de amor entre Draco y Maria, pero las estrellas cuentan que ella nunca olvidó a Ralse, a pesar de todo lo que en su día lo odió.

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