2/2/10

Amón

La inerte estatua del dios-carnero, desnudo y sereno, aguardaba en el sanctasanctórum.
Trece lunas habían nacido y muerto, trescientos sesenta y cuatros soles habían tenido su amanecer y su atardecer y ese día, en el que la luz empezaría a reclamar el terreno cedido a la noche, él tomaría una nueva esposa.
Podía sentir el latido de la sala contigua, apenas un poco más amplia e iluminada que la suya. En ella su anterior esposa había entrado voluntaria para ser sacrificada. Lo sabía porque su sumo sacerdote ya le había bañado con su sangre y alimentado con su corazón, desmenuzándolo contra sus labios broncíneos.
Ahora mismo ese sacerdote estaría casando con él a una nueva doncella seleccionada por su belleza —que era lo que él deseaba— y su maleabilidad —que era lo que la teocracia que le rendía culto deseaba—.
Una vez consumada la unión, la chica sería la gobernante de iure, pero sólo eso, sólo un títere más en los inútiles juegos y vaivenes de poder humanos que se reuniría con las demás al cabo de trece lunas. Presidiría las ceremonias, realizaría sus sacrificios y cada vez que una luna vieja y cansada muriera en el cielo volvería al fondo del templo a cumplir con sus obligaciones maritales, para asegurarse de que la luna regresaría. Pero al dios no le importaba esperar; era viejo como el mundo y tenía infinita paciencia.
No recordaba cuántas muchachas le habían abrazado, como tampoco recordaba cuántos sacerdotes le habían cuidado ni cuántos fieles adorado. Bien poco para él significaban para él los mortales con su vida efímera si no como inmutable conjunto. Él sólo necesitaba cobijo, comida y mujeres, y, a cambio, les daba una razón para temer y ser valientes, para matar y morir, ¡para vivir! ¿Qué más necesitaban?
Por fin entró la chica, ya su mujer, y se abrazó al dios o la estatua o a la estatua que se creía dios o al dios que en el fondo sabía que era una estatua, rodeando con los brazos sus perfectas proporciones humanas y bestiales. Se frotó con su cuerpo ensangrentado, besó su boca aún con restos de corazón y pugnó por introducirse el enorme falo hasta por fin lograr romperse el virgo.

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