11/4/09

Krónikas dun Khazike XI: Villartuga

¡Zasca! ¡Hemos vuelto como todos los fines de semana! Esperemos que sigamos llegando los fines de semana porque como empecemos a pasarnos al lunes acabaremos viniendo un fin de semana sí y otro no y esto se volverá un cachondeo. En cualquier caso aquí traemos el capítulo once, 11, XI, 十一 o como os apetezca, la cuestión es que vamos a empezar de una vez antes de que me vuelva loco loco loco.
—Parece un sitio encantador, ¿no crees, Alf? —inquirió Geekman.
Alf miró al frente.
—Pos oye, no sé qué decirte…
Estaban a la entrada de un pueblucho de 4 calles en las que había gente hostiándose y matándose a tiros. Los únicos edificios que sobresalían eran la iglesia y una gran mansión en un punto alejado.
—Parece… Pintoresco —concluyó Alf.
—¡Mira! —anunció Geekman—. ¡Ahí hay un cartel!
Se acercó a él y leyó:
—Villartuga, el pueblo más tortuguesco a este lado del río de la mierda… Seh, pintoresco. Bueeeno, menos charla y más andar, estoy seco.
—¿Cómo? ¿Y qué pasa con…? —empezó Alf.
—¿Con Kha y su caravana?
—Sí, ¿pero cómo sabías…?
—¿Lo que ibas a decir?
—¡Sí!
—Me leo el guión, tú también deberías hacerlo.
—Sí, bueno, pero, ¿qué pasa con ellos?
—Sabrán buscarse la vida. No has visto a la caravana cabreada.
—Pero es…
—Un coche, lo sé, pero no la has visto cabreada. ¡Ahora en marcha!
Echaron a andar al interior del pueblo de Villartuga por las calles mal asfaltadas hasta llegar frente a la única tasca en cuyo cartel rezaba “Tenemos tang de tortuga”. Geekman no necesitó más.
—Alf —le dijo aún mirando el cartel.
—Mande.
—Quédate fuera y vigila por si ves a Khazike, yo entraré y… Esto… Reuniré información, sí, eso mismo.
—Vale.
—¿Cómo que vale? ¿No vas a discutirme?
—Vale, pues no me quedo.
—Te veo raro.
Alf se tapó la cara.
—Ahora no me ves.
Geekman puso los ojos en blanco, le apartó las manos y le arreó una fostia.
—¡Despierta!
Alf puso cara de circunstancias, movió la cabeza y se disculpó:
—Perdona, no sé qué me había pasado.
—Bien, ahora quédate aquí vigilando.
Geekman se dirigió al interior y separó con las manos una de esas portezuelas tan graciosas de los saloon del oeste que vuelven a cerrarse al soltarlas, pero se paró antes de entrar.
—Ah y, Alf, procura estar aquí cuando salga o puedes estar seguro de que una muerte terriblemente atroz, lenta y dolorosa será una perspectiva agradable. Lo que te pasará sólo podría ser peor si me tocases el pelo.
—Erm… Va…
Pero Geekman ya había entrado.
El local estaba vacío, o casi. Sólo había unas cuantas mesas desiertas, unas escaleras que llevaban al piso superior y la correspondiente barra con unos taburetes desempleados que parecían mirar deprimidos a la chica vestida de camarera que limpiaba un vaso detrás de la barra.
Geekman avanzó decidido a aliviar a uno de los desgraciados taburetes con sus prominentes posaderas lo que pronto hizo amablemente. El taburete, como agradecimiento, chirrió.
—¿Te pongo algo, encanto? —preguntó la camarera sin dejar de limpiar el vaso, actividad obligada del gremio.
—Antes de llamarme encanto —empezó Geekman— deberías decirme tu nombre.
La camarera sonrió dulcemente.
—Me llamo Zora, pero no esperes ligar conmigo.
—El código superheroico me prohíbe ligar con ninguna chica que no sea a la que siempre le pasa algo jodido como que la tiren de un rascacielos.
Zora rió.
—Eres un tío gracioso. Pide lo que sea, invita la casa.
—Tang.
—Marchando un vaso de tang.
—No.
—¿No?
—Quiero todo el que tengas.

▼▼▼


—Así que se te ha escapado… —dijo tranquilamente el predicador sevillano introduciendo otra patata en la enajenada boca de Trucha.
Muchauve, en posición de firmes entre el subtrono donde estaba Trucha y los otros tres consejeros encapuchados a su espalda respondió.
—Sí, señor.
—Al señor Trucha no le agrada eso. No le agrada que no hayas podido destruir un simple bosque y que, aunque no formara parte de tu misión, hayas dejado escapar a la banda del peor enemigo del reino.
—S-Sí, señor.
—Y en lugar de darte una muerte rápida te plantas ante mí como si tal cosa.
—Dicho así he hecho el tonto, señor.
—En efecto, lo has hecho —dio otra patata a Trucha—, pero estoy dispuesto a perdonar tus faltas ya que andamos escasos de personal. Nuestros informes de inteligencia informan de que la caravana de ese renegado se ha detenido en Villartu…
—¡Violación!
—Ejem, Villartuga, así que deberéis ir allí, los cuatro y matarlos a todos. Tú, Habi, te ocuparás de todo.
En ese momento otro consejero se adelantó.
—Disculpe, señor.
El predicador puso los ojos en blanco.
—Dígame, Mr. Hache.
—No, no, es Mr. H, la H es muda.
—Lo que sea.
—¿Puedo quedarme aquí en lugar de ir con los demás a Villartuga?
—En base a…
—A que es el funeral de mi abuela.
—¿La séptima?
—Sí, señor.
—Denegado.
—Entooonces… Para asegurar la protección del rey.
—Nadie puede pasar por aquí sin que yo o el Gran Consejero Muchaele le demos su merecido.
—Entooonces… Porque si voy no respiro.
Mr. H cogió aire e hinchó los mofletes.
—Eres un consejero, no necesitas respirar —le señaló el predicador llevándose la mano a la cabeza—. Pero como sé que no me dejarás hasta que lo consigas de acuerdo, quédate. Los demás a lo vuestro.
Todos los consejeros hicieron una reverencia y salieron de la sala.
El predicador cogió una patata, tapó un agujero de la nariz de Trucha y la puso en el otro para que la esnifara.
—Hay que acelerar las cosas.

▼▼▼


Entredichotanto en Villartuga una figura subió los escalones de la destartalada iglesia y entró en el interior que, debido a la falta de muchas tejas, poseía iluminación natural.
En el interior del confesionario el cura se estaba cortando las uñas de los pies. Una salió disparada y atravesó la madera del habitáculo.
—Sí, señor —se decía—, este año ya tocaba.
Sin embargo hubo de detener su aseo por una voz desde el otro lado de la celosía.
—Ave, McSalad purísima.
—Sin cebolla concebida. Cuéntame, hijo.
—Padre… He hecho daño a mi prójima.
Ta la próxima ( o Y o )

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