8/2/09

La librería del fin del mundo

Allí estaba. Sí, allí estaba, por fin, burlona, riéndose de todos los demás.
Él la observaba jadeante y cansado, sin dar crédito a sus ojos. ¿Había acabado todo ya? ¿Había llegado por fin a su meta? ¿O el verdadero camino acababa de empezar? En cualquier caso se hallaba entre sorprendido y decepcionado ante la visión de su presa de años, la librería del fin del mundo.
Nadie había sabido decirle con exactitud la forma del singular edificio, él hubiera esperado un enorme castillo o una altísima torre que se hundiera en el cielo; hubiera esperado cualquier cosa excepto una pequeña casa de adobe medio destartalada. Por un momento pensó que se había equivocado, que no podía ser, pero pronto volvió a sentir cómo la librería se clavaba en su corazón y supo sin duda que estaba ante ella.
Se vio incapaz de entrar. Las piernas no le respondían. Y se volvió a preguntar por millonésima vez si de verdad el viaje había valido la pena, si de verdad valió la pena dejarlo todo; a su mujer y a sus hijos cuyos rostros en su recuerdo ya se hallaban borrosos y desgastados, tan erosionados como las piedras de una catedral milenaria. Había salido de su casa sin mirar atrás, sin prestar oído a los llantos que tras él suplicaban y le preguntaban "¡¿por qué?!". Él sabía por qué, pero no podía decírselo. ¿Cómo explicar el sentimiento? ¿Cómo explicar lo que se siente cuando la librería se mete en tu corazón y te llama, impaciente, incesante, golpeando tu mente día y noche? La única solución era salir o volverse loco.
Había oído la llamada años atrás de boca de un hombre cuyo rostro no recordaba y cuyo nombre nunca supo que por azar llamó un día a su puerta pidiendo hospitalidad. Él le contó que iba en pos de la librería, la mágica librería... Le contó cientos de leyendas, cientos de historias que parecían descabelladas, pero que al vertirse en sus oídos se convertían en un dulce embrujo que poco a poco fue envenenando su entendimiento. A los pocos días de irse el extraño sólo podía pensar en la librería y lo que contenía.
No había salido solo. Había muchos otros locos deseosos de jugarse la vida para encontrar la librería. Perdón, ¿he dicho encontrar? En realidad encontrar la librería no representaba mayor dificultad, toda leyenda sobre ella que pudiera llegar a tu poder coincidía en la mayor parte con todas las demás, por lo que hallar la localización de la misteriosa estructura no era tan difícil como llegar hasta ella.
No, no había salido solo, pero sí había sido el único que había llegado. Todos los demás dejaron su cuerpo y su vida tirados en alguno de esos páramos olvidados por el hombre y reclamados por bestias a las que los humanos jamás pusieron nombre. Los nombres de todos aquellos tanto o más locos que él también habían abandonado la memoria, posiblemente no demasiado lejos del lugar en el que cayeron.
Y ahora se repitió una vez más que por fin estaba allí, frente a él estaba la librería y su contenido. La librería en sí sólo era el envoltorio, lo importante era lo que guardaba. El libro, eso guardaba. Nadie sabía lo que aquel libro decía, pero eso no impedía que cientos de personas se lanzasen en su busca. Algunos decían que contenía los secretos del mundo, otros que contenía el futuro de la humanidad o de quien lo leyera, otros que simplemente era una metáfora.
Estuvieran en lo cierto o equivocados, él se había decidido a averiguarlo. Había erradicado el pequeño motín de sus piernas y, aunque entre temblores, caminó decidido hacia la puerta abierta por la que se filtraba un poco de luz del exterior, le dio una patada y se lanzó dentro.

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