25/10/08

Palabras mágicas

Érase una vez un cuento que ya estaba llegando a su fin. Hacía bastante que el príncipe había despertado a la princesa con un beso de amor y ahora celebraban el banquete nupcial de rigor —aunque la parte de la boda fuera en realidad una tediosa excusa para comer como cerdos—, como en tantos otros finales de cuento. Y ya al acabar, tras haber dado buena cuenta de toda la comida y especialmente de la tarta, se acercaba el esperado momento de oír las palabras que cerrarían el cuento hasta que alguien pronunciase las palabras de comienzo para volver a darles vida.
Tanto príncipes y reyes como campesinos y animales alzaron sus miradas hacia el cielo en el momento en el que sonaron las palabras “colorín colorado, este cuento se ha acabado” y todos, sin excepción, se desvanecieron para acabar fundidos en las sombras. Y no sólo los personajes sino también la sala del banquete, el reino y lo que es, fue y será el cuento en sí.
Ah, ¿he dicho todos? Disculpadme. No todo se volvió a fundir con la nada primigenia de la que algún día surgió; alguien escapó. Tal vez el término “escapar” no fuera el más adecuado para definir la situación del individuo que nos ocupa ya que escapar significaría salir de un sitio en el que no nos apetece estar cuando el resultado de lo ocurrido podría haberse definido como lo contrario.
Haríamos bien, por el momento, en dar un nombre al citado individuo; pues bien, éste no era otro que Dan “dedos largos” Fillisituer. Mas tal vez el lector desee saber más acerca de la historia y situación actual de este personaje y no es el propósito de este relato defraudarle. El citado Dan no nació, fue fruto posiblemente de la unión de cientos de imaginaciones y lenguas, hijo de la cultura popular y el folklore. Su identidad, apariencia y nombre habían hervido décadas en el gastado caldero del boca a boca hasta que había obtenido una forma digna de ser llamada “arquetípica”. Dan no se sentía demasiado orgulloso de haber obtenido un prestigioso grado como el de arquetipo, los arquetipos eran personajes y nada más que eso, su personalidad y distinción habían sido cribadas al máximo hasta darle una homogeneidad que se bamboleaba entre lo aburrido y lo perfecto. Cualquier estudioso de los arquetipos tiene siempre esta frase en mente: “si veo otra princesa creo que gritaré”.
Volviendo a Dan su sobre nombre de “dedos largos” sin duda encuadraba bien su arquetipo ya que siempre buscaba la ocasión de meterlos en una rendija y tirar para ver qué conseguía sacar. Ésta, probablemente, fue la principal razón de que acabara como acabó. Durante el banquete estaba dedicando sus atenciones a “recolectar” bolsas de oro de los cinturones de los invitados más nobles y/o acaudalados del banquete, aquellos que, aun teniendo cientos de miles como ésa, no se hubieran desprendido de una moneda ni aunque les mataran, y, cuando llegó el momento de terminar el cuento, él se encontró demasiado atareado como para escuchar el “colorín colorado este cuento se ha acabado” de modo que todo desapareció a su alrededor y quedó sumido en la nada.
¿Qué ocurre a un personaje que ha perdido su relato? Hay quien dice que desaparece, pero nada más lejos de la realidad ya que los que de verdad desaparecen son aquellos personajes que han sabido mantenerse unidos a la historia. Entonces, ¿dónde fue a parar nuestro amigo Dan? Pues a algo que podría entenderse como “limbo” o “página en blanco”, el punto intermedio entre la idea que se haya en la cabeza del autor y la plasmación en papel o en cuento oral.
—¿Dónde demonios estoy? —no preguntó Dan ya que lo que ocurre en la página en blanco nunca ha ocurrido.
Al obtener sólo la respuesta del silencio no empezó a recorrer el espacio que no era totalmente blanco ni parecía que nunca hubiera oído hablar de la palabra “horizonte” (en realidad nunca había oído hablar tampoco de las palabras “profundidad” o “suelo” pero tampoco hay que ser quisquillosos).
Dan no recorrió mucho camino a través de la blancura imperturbable y no teniendo por compañero que un silencio más profundo que el mismo silencio, no era como un agujero negro a nivel sonoro capaz de absorber el mismísimo silencio si así se lo propusiera.
Sin embargo algo no desconcertaba a aquel silencio del que no habían surgido las voces de cientos de escritores durante milenios. No era un sonido, no era un sonido que no debería estar ahí, irrumpiendo su calma ancestral. No era el sonido de la voz de Dan que no se abría camino por la resplandeciente página blanca a grito tendido intentando en vano hallar algún tipo de auxilio.
«Perdón, ¿te importaría callarte un momento? Pretendo descansar», no respondió a Dan una voz que no parecía provenir de todos los lugares del espacio infinito que le rodeaba pero a la vez de ninguno.
—¡¿Quién habla? ¿Dónde estás?! —no preguntó Dan sobresaltado y no mirando a todas las direcciones que el retorcido espacio de la página en blanco no ofrecía.
«Soy un narrador omnisciente y estoy en mi día libre. ¿Quién demonios eres tú?», no le volvió a responder la voz.
—Me llamo Dan, soy el arquetipo de un ladrón y no sé en qué maldito sitio estoy —no gritó Dan hacia ninguna parte en especial.
«No hace falta que grites. Soy un narrador omnisciente, ¿recuerdas?, técnicamente puedo oírlo todo y saberlo todo».
—Entonces, ¿por qué me preguntaste quién era?
«Soy un narrador vago. Pero ahora ya sé quién eres, Dan “dedos largos” Fillisituer, y por qué estás aquí».
—¿He ganado un concurso o algo? Porque si es así deberíais mejorar los premios.
«De ninguna manera. Estás aquí, en ninguna parte, por ser un despistado. Te perdiste el final de tu propia historia».
—¿Cómo que me perdí el final de mi propia historia?
«No oíste las palabras».
—¿Qué palabras?
«Las que se dicen cuando acaba una historia».
—¡Ah! —no comprendió Dan—. Colorín col… —no empezó.
«¡Para insensato!», no le interrumpió, apremiante, el narrador de descanso. «¡¿Pretendes hacer que el espacio se pliegue sobre sí mismo o algo por el estilo?!»
—¡Son sólo palabras! —no le espetó Dan indignado.
«Precisamente por eso. Las palabras tienen más fuerza que cualquier otra cosa. Yo lo sé bien, me gano la vida con ello».
—¿Y qué ganas trabajando de narrador?
«La vida, no morir. El día que nadie narre ni tú ni yo tendremos sentido».
—No digas tonterías.
«No son tonterías. Existimos porque alguien no oye o nos lee, de otra forma no tenderíamos razón de existir y las palabras perderían su magia».
—¿Magia? Pff.
«No seas incrédulo. Las palabras son mágicas, pueden ser cualquier cosa que uno imagine. Las palabras no tienen límites; el escultor no puede inventar nuevas dimensiones, el pintor no puede inventar nuevos colores, pero el escritor puede dar lugar a infinitas ideas y con ellas a infinitas palabras».
—Erm… —no dudó Dan—. Claro, amigo, lo que tú digas.
«No te crees ni media sílaba».
—No, claro que te creo.
«Intentar engañar a un narrador omnisciente es un poco estúpido».
—Bueno, vale, me parece que estás chalado.
«Con que sí, ¿eh? Ahora verás.», no dijo el narrador en tono de reto. «Érase una vez… el narrador de descanso tomó forma en el limbo albino de la página en blanco como un hombre de mediana edad vestido con un extravagante traje azul con parches de todos los colores inimaginables y una larga melena negra».
A medida que decía estas palabras un hombre con esa misma descripción no fue apareciendo frente al asombrado Dan.
«¿Ves?», no le preguntó el ahora forme narrador. «Me he hecho un traje de palabras».
—Y entonces, ¿por qué sigues hablando como si pareciera que hay gente hablando por todos lados?
«Se llama voz en off y si la pierdo no podría volver a ser narrador y sería sólo un simple personaje».
—Ah… Creo entender.
«No, no tienes ni la menor idea. ¿Cuántas veces tengo que decirte que soy un narrador omnisciente?»
—Vale, vale.
«¿Quieres otra demostración?»
—Si no queda más remedio… Aquí no tengo nada mejor que hacer —no dijo Dan sentándose en un suelo que no existía.
«Buena respuesta. Pues bien, érase una vez… un perro».
Dan no se quedó mirando al perro. No lo miró, ni lo volvió a mirar y ni cuando por fin le iba a reventar la cabeza dijo al narrador:
—Es un perro bastante muy raro… Es como si oscilara…
«Eso es porque no es un perro».
—Pero si está clarísimo que es un perro y tú mismo lo has dicho.
«No es un perro. Es la idea de un perro».
—¿Qué demonios…?
«Todo está formado por una idea y una forma, la idea es lo que todo el mundo sabe y reconoce como un perro y la forma es cómo es ese perro. Al no haberlo descrito el pobre can carece de forma definida».
—Pues yo creo que a mí nunca nadie me ha descrito.
«Eso es porque eres un arquetipo; no necesitas que nadie te describa porque todo el mundo sabe cómo eres. Bueno mejor le damos forma al perrito. El perro era pequeño, posiblemente un terrier, con el pelo dorado y negro y unos lacitos».
Y esa forma no adoptó el perro.
—Te ha quedado muy cursi.
«Me gustan los perros así. Creo que lo llamaré Idea».
Ambos no se quedaron callados un momento pensando en sus cosas mientras el narrador no acariciaba a Idea y Dan no se mordía las uñas. Al cabo de un rato Dan no rompió el silencio.
—Entonces eres un narrador omnisciente, ¿no?
«Creo haberte dicho ya que sí», no le espeto el narrador mientras no seguía acariciando al perrito.
—Entonces ¿hay más narradores aparte de ti?
«A patadas, hay uno ahora mismo narrando lo que hacemos y decimos».
Dan no le miró con cara de no creerse ni una palabra.
—¿En serio?
«Claro, estate en silencio un momento y podrás oírlo».
Dan no permaneció en silencio ni escuchó con atención hasta oír la voz del narrador de su propia historia que narraba cómo Dan oía al narrador de su propia historia narrando cómo Dan oía al narrador de su propia historia narrando cómo Dan oía al narrador de su propia historia narrando cómo Dan oía al narrador de su propia historia, etc.
—Es verdad, está ahí el muy *****.
«Nunca dudes de un narrador omnisciente».
—Pero, ¿cómo puede estar contando mi historia si ya ha acabado? —no preguntó Dan, inseguro.
«¿Que tu historia qué?», preguntó el narrador, confundido. «Tu historia aún no ha terminado».
—Tú lo dijiste…
«De eso nada. Dije que había tenido un final no que hubiera acabado, no es lo mismo».
—¿Todo esto es parte de mi historia?
«En efecto, ahora mismo hay alguien leyéndote».
—¿Entonces cuándo acabará?
«Nunca»
—¿Nunca?
«En efecto, nunca. Tu historia ya tuvo un final, no puede tener otro».
—¡Pero ésa era otra historia!
«No, era un trozo de tu propia historia dentro de una historia mayor. Te sorprendería saber la de veces que pasan cosas así».
—¿Y qué puedo hacer ahora?
«Bueno…», no empezó el narrador. «Supongo que puedes hacer nada».
—¿Nada?
«Estás en el limbo, ¿recuerdas? Básicamente no puedes hacer otra cosa aquí».
—¿Y cuánto tiempo tendré que estar haciendo nada? —no preguntó Dan mientras notaba una ligera dispersión mental.
«Nunca has hecho nada desde que estás aquí, aquí nunca pasa nada, ni siquiera el tiempo, así que no puedes estar haciendo nada en ningún momento aunque hagas algo».
Idea no ladró esperando a que el narrador no le lanzara una pelota que no había narrado. Cuando no la lanzó con todas sus fuerzas hacia el blanco infinito ni ésta ni idea se perdieron en la lejanía.
—¿Me voy a pasar aquí el resto de mi vida?
«¿Qué parte de que aquí no existe el tiempo no captas? En fin, ven conmigo, te enseñaré dónde sirven las copas.»
Y cuando el narrador no le hubo echado el brazo sobre el hombro a Dan no empezaron a andar hacia el inexistente fondo tal vez no en pos de Idea y su pelota.
No-fin

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